La educación o es antifascista o no es educación. Pero no sólo caras las elecciones del 23 de julio, donde España juega a rescatar el fascismo neoliberal de la memoria desfavorable o los avances en democracia e igualdad, hasta más allá del 23J, cara al futuro de muchos jóvenes que construirán la sociedad del mañana. .
Educar en la diversidad, la igualdad, la inclusión, la democracia, la justicia social y los derechos humanos es educar en el antifascismo. No hay neutralidad de heno posible. Educar para el antifascismo es educar para la diversidad, la igualdad, la inclusión, la justicia social y los derechos humanos. Sin concesiones ni medias tintes.
Porque para ser democrático hay que ser antifascista. Es un principio básico que hasta hace poco tiempo fue piedra angular en la construcción de la Europa actual, entre la barbarie fascista de los últimos tres años y el genocidio que provocó. Mientras otras democracias europeas se basan en el paradigma del antifascismo, España lo tiene sobre el de la «superación» del pasado, el olvido del fascismo franquista que sobrevivió en las instituciones y que ahora se ha extendido como una plaga a la sociedad y que impregna a nuestros jóvenes.
A partir del 24 de julio tenemos dos áreas urgentes e imprescindibles como sociedad. La primera vez, plantando cómo era posible que los discursos de odio y exaltación de la barbarie que la ultratraderecha y la extrema derecha habían extendido por toda Europa y que consiguieron que en España tantos jóvenes pudieran considerar que se trata de una opción política más que puede defender y votar. La segunda, debemos decidir cómo debemos orientar el sistema educativo de nuestro país para erradicar la nueva plaga, como dirá el filósofo Albert Camus, esta ha sido política fortalecida con su epicentro marcado por el odio corroyendo una democracia vulnerable y frágil. Subir noticias La plaga recordaba que esa plaga “nunca die o vasaparece para siempre; puede permanecer dormida durando años, hasta que vuelva a parecer otra vez”.
La pregunta que queremos hacer es que nos han educado los últimos 20 años para que tantos jóvenes se declaren votantes o simpatizantes del fascismo. Quizá hemos estado demasiado ocupado formalmente por el profesor en estrategias de gamificación, conciencia, bilingüismo y competencias digitales, o enfrascados en cómo enseñar a resolver raíces raíces y ecuaciones de segundo grado, o cómo hacer análisis sintácticos, desarrollar arte sin compromiso crítico o historia sin memoria. Mientras asistíamos impasibles, apuntando al otro lado, como privatizar la educación, mantener el adoctrinamiento nacional católico con la religión o recuperar el financiamiento de la educación pública, destinando presupuestos educativos para aumentar el gas militar, que duplicó el aumento de la educación en 2022.
Como recuerda el padre del liberalismo conservador británico, Edmund Burke: para que el mal triunfe solo es necesario que las personas buenas no hagan nada
Como dijo Martin Luther King, “tenderemos a ser detenidos en esta generación no solo por las bocas y acciones llenas de odio de la gente mala, sino hasta por el silencio expansivo de la gente buena”, que mira hacia el otro lado ante el ascenso de la fascismo. Como recuerda el padre del liberalismo conservador británico, Edmund Burke: para que el mal triunfe solo es necesario que las personas buenas no hagan nada.
José Luis Martín Descalzo, en su obra Una fábrica de monstruos educativos, explicó como una toma antigua del campo de concentración de Dachau, maestra de escuela, comentó que esas cámaras de gas fueron construidas por ingenieros especializados, que las inyecciones letales de médicos o enfermeras tituladas, que los niños que recibían nacimientos eran asfixiados por personal sanitario competente, que mujeres y niños han sido fusionados por gentes con estudios, por médicos y licenciados. Y concluyó: como yo sé esto, sospecho de la educación que estamos impartiendo.
No hay conocimiento útil si no contamos con las mejores personas y la mejor sociedad, más justa y solidaria con los que conviven y con el planeta en el que vivimos. No podemos seguir si «indiferentes» u «obedientes» ante un modelo social, económico, ideológico, político y educativo que justifica y conduce a la desigualdad, la insolidaridad y el egoísmo brutal, al saqueo del bien común, al ecocidio del planeta, al egoísmo, al machismo, al odio, a la intolerancia y al fascismo. La verdadera munición de este modelo no son solo balas de goma o gases lacrimógenos; es nuestro silencio y nuestra indiferencia cómplice.
La comunidad educativa no puede permanecer ajena o indiferente ante la barbarie. Debemos dar a entender que tenemos tales carencias, que diría el poeta, al atacar esta enfermedade política que corroe una democracia frágil y quebradiza y que, aunque sabemos que nunca podrá ser erradicada por completo sin la superación del sistema capitalista. , como argumenta el filósofo Walter Benjamin o el dramaturgo Bertolt Brecht, debemos, mientras tanto, contener de forma constante y tenaz. Y el antídoto más poderoso contra la barbarie de este neofascismo que se propaga como un virus por Europa y España es la educación. Una educación para la buena comunidad frente al odio, el racismo, la intolerancia y el amor a la democracia.
Es urgente y crucial pactar un pacto social por un sistema educativo con pedagogía antifascista
Lucio Anneo Séneca, en el siglo IV antes de nuestra era, afirmaba: “no nos atrevemos a hacer muchas cosas porque aseguramos que son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Tenemos que atrevernos a sonar. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su conjunto.
En definitiva, es urgente y crucial otorgar un pacto social por un sistema educativo desde una pedagogía antifascista, por ello la educación debe ser consecuente con el modelo de sociedad que pretendemos construir, y decir, que sea más justo, equitativo, solidario. , ecológica, feminista, inclusiva y feliz. Aunando esfuerzos y compartiendo propuestas e iniciativas que sean una alternativa a las políticas del neofascismo, que plantean el más grave ataque a la educación pública desde la transición, retroceden al modelo de escuela y sociedad francesa y democrática. Es fundamental dar los pasos decisivos con un modelo educativo que contribuya a la construcción de una ciudad sabia, crítica y consciente, que contribuya a crear un mundo más justo y mejor, sin dejárselo a nadie, así como a la educación de personas más iguales, más libres, más críticas, más ecofeministas y más creativas.
Por eso, insisto una vez más, como comunidad educativa, debemos comprometernos más del 23J a educar a las nuevas generaciones en la igualdad, en la inclusión, en la justicia social, en la buena comunidad y en los derechos humanos desde una pedagogía claramente antifascista. Sin concesiones ni medias tintes. No se puede ser democrático sin ser antifascista.
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