Lun. Dic 9th, 2024

Nebulossa, próximos representantes de España en Eurovisión, molan ya desde el nombre, con ese punto kitsch acentuado por la doble s, como salido de las profundidades de una boîte subterránea. El hecho de que no sean precisamente unos chavales también da rollo en una escena tan juvenófila: la vocalista Mery Bas desprende cierta elegancia de extrarradio y el productor Mark Dasousa, con su pelo pollito engominado hacia atrás, tan germánico, bien podría ser un miembro Kraftwerk, pioneros del techno. Se verá si un techno pop de corte retro, más bien susurrado, sin un estribillo épico, tendrá éxito en Eurovisión, sobre todo teniendo en cuenta que buena parte del interés (y el revuelo) viene de la letra, que muchos de los eurofans no entenderán (aunque tampoco muchos castellanoparlantes entienden, como veremos). Es inevitable pensar en Fangoria, que son Alaska y Nacho Canut: empezaron siendo punkis como las Vulpes, en los años ochenta, y ahora parecen ser el modelo que replica Nebulossa.

Precisamente, los exégetas de lo eurovisivo han comparado Zorra de Nebulossa con Me gusta ser una zorra de las Vulpes, que fue una versión de I wanna be your dog, un protopunk de los Stooges de Iggy Pop (el propio nombre de la banda, Vulpes, viene de la palabra latina para los raposos). Y en efecto, tienen puntos en común: el espíritu provocador y la palabra zorra.

Pero parten de posiciones bien distintas: las Vulpes, chavalas punkis de la época más genuina, cuando el punk no había llegado a Inditex, se declaraban zorras con todo el desparpajo, para epatar al burgués (como lo epataron). La letra de Nebulossa, en cambio, parte de un recelo: el que provoca que a una la llamen zorra: cuando sale de noche, cuando se divierte, cuando consigue sus objetivos (“jamás es porque me lo merezco”, dice la canción, “y aunque me esté comiendo el mundo / no se valora ni un segundo”). La voz lírica, interpretada por Bas, está dolida y quiere dar la vuelta al término desde ese dolor, resignificarlo, liberarse. “Lapídame, si ya total / soy una zorra de postal”. Las Vulpes preferían tocar las narices, sin más miramientos.

Nebulossa en la gala final del Benidorm Fest.Morell (EFE)

Lo sorprendente es que muchos de los críticos de Zorra consideran que la canción pone en valor el término (como si, en efecto, le “gustara ser una zorra”) cuando más bien lo critica irónicamente. Lo que dice Zorra, en el fondo, es “no me llaméis zorra”. Se dice que es soez, pero es que critica precisamente el garrulismo machista de los que dicen “zorra”. He oído que la comprensión de la ironía está disminuyendo en las jóvenes generaciones, pero, por lo que se ve, también en las más talluditas, que han puesto el grito en el cielo por la canción. Por supuesto, que el tema tenga aire de himno feminista contribuye al rechazo reaccionario (que campa a sus anchas por las amplias llanuras digitales de la fachosfera), tanto por parte de los que no entienden la letra como por parte de los que sí: se trata de lo que se trata.

El escándalo de las Vulpes en RTVE, que le costó el puesto a Carlos Tena, que generó columnas de popes como Camilo José Cela o Paco Umbral (“a mí no me parecen porno las Vulpes […] a mí quien me parece porno es Bertín Osborne”, escribió Umbral en este periódico) y hasta una querella de la Fiscalía General del Estado, sucedió hace más de 40 años. Sorprende que escándalos como este sigan sucediendo en una sociedad que está curada de espantos y no sale de cuatro décadas de nacionalcatolicismo. Pero, bien mirado, está bien que haya ofensa, sin ofensa no hay transgresión: el ofendido alberga un sentimiento de dignidad y el ofensor cierta distinción punk. Todos ganan, sobre todo, el hiperespectáculo de Eurovisión.

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