Dos series de las que no hace mucho se podía decir que habían sido producidas “tras el telón de acero”, con esa facilona denominación tan apreciada por quienes consideran que pensar es una pérdida de tiempo. Hablamos de la polaca Respuestas y la segunda temporada de la rumana Umbre.
Telón de acero aparte, los cinco capítulos de la serie polaca que exhibe Netflix es una meridiana demostración de la globalización de gustos y hábitos: Marcin Kania (Arkadiusz Jakubik), el personaje protagonista, es una ex estrella del heavy metal y un alcohólico absoluto separado de su familia por su adicción. En sus escasos momentos de lucidez se dedica a tratar de encontrar a su hijo desaparecido y a recordar lo que le dijo la última vez que se vieron. Es una especie de viaje al fin de la noche célineana con un final sorprendente y esa especial obsesión de los realizadores polacos por mostrar un nivel de vida superior al presumiblemente auténtico.
La segunda temporada de Umbre (HBO), de las tres que existen, entra ya en terrenos próximos al Tarantino de Reservoir Dogs. Relu Oncescu es taxista en Bucarest y como nada es lo que parece, resulta ser el brazo armado del mafioso Capitán, un estilo de vida que desconocen su familia y amigos y que le permite torturar y matar a los deudores del capo con una facilidad pasmosa.
El protagonista, Serban Pavlu, actúa con una inexpresividad tal que podría liderar cualquiera de las series C.S.I. en las que, al parecer, la condición esencial de la estrella debe de ser el hermetismo. A diferencia de la serie polaca, los responsables rumanos muestran un tiempo y un país mucho más verosímil: cutre y pobre.
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