Mié. Abr 30th, 2025

Dicen que con el paso de los años volvemos a nuestros primeros amores. Si grabó uno en mi adolescencia, eso es un amor por el ciclismo. Era una pasión, una ilusión permanente, inmutable, consciente y absoluta. Sencillamente, entre los 13 y los 22 años, estaba todo lo feliz que uno puede ser. Ya no quiero ser ciclista de carreras: el ciclismo me hacía feliz. Que quede claro. Que quede también claro, de paso, que no gané una sola carrera e que era más bien malo. Hizo falta algo de tempo y mucha fortuna hasta que di con un recambio a su altura. Pero las pasiones son tercas y ahora, cumplidos los 50, volvió a los pedales… a aterrorizar en un mundo en plena mutación, un mundo que apenas reconozco aunque en esencia sea el mismo. Volver a montar en bici tras años de niguneo estaba bien, ma necesitaba un aliciente, obviamente descartada la posibilidad de competir. Preguntaba por aquí y por allá y mucha gente se apuntaba a la Transpyr, una prueba organizada que recorre el Pirineo desde la cornisa cantábrica hasta el Mediterráneo. De San Juan de Luz en Roses, como un viaje fabuloso y como una de las pruebas mejor organizadas y planteadas que existen. Según National Geographic, es una de las 10 principales predicciones de estas características que existen. También me dijo que era una de las más duras. Eso sí, los organizadores no lo llaman de ‘prueba’ sino de ‘misión’, justo lo que especifiqué, por lo que el término tiene connotaciones un tanto religiosas. Cuando llamé a uno de los organizadores, Oriol Sallent, y le propuse invitarme a escribir un diario, me pidió que fuera al menú. Me dijo que era ciclista, hace 30 años, y estaba al otro lado de la línea uno de esos silencios que llamamos bochornosos. Con mucha elegancia, Oriol me sugirió la posibilidad de participar en la modalidad de bici eléctrica. Me envió la idea como una botella elogiada a mi ego, pero rápidamente me di cuenta de que debía estar muy sorprendida de dejar que el ego dictara cualquier cosa en la vida de un cincuentón, así que acepté su oferta de inmediato. De prestarme la bici me cuidaría Orbea y de vestirme Deporvillage, otro de los patrocinadores de la prueba. Porque ya está probado que he vuelto al mundo de las dos ruedas y que no se puede subir a montar de ninguna manera. Es decir, las bicicletas han de ser buenas o muy buenas, el vestiuario digno de los corredores profesionales y los complementos de altura. Las apariencias importan, y mucho. Miré mi vieja bicicleta, mis zapatillas compradas hace 15 años, los maillots flojos, el casco de época y pedí ayuda: no podía ir con pintas de globero además de con bici eléctrica, segundo sacrilegio. De no estar encima de la bici con una asistencia que los delata a uno, nadie hubiera podido pensar hoy en la subida a San Juan de Luz, que soy un auténtico trotamundos, un término increíblemente difícil de definir. Para regular el sentido del término recurre a Antonio Alix, ex triatleta, siempre ciclista y comentarista multidisciplinar de Eurosport. Desde la entrada, Antonio advierte: es imposible definir el término, que es en casos tan antiguos como el ciclismo. En mi época de mensajero, los globeros eran los que no podían competir. Evenepoel, Pogacar, Van Aert, Van der Poel… no son globeros, como tampoco lo son el resto de profesionales, élite, sub 23, etc. “Pero es que a uno se le puede llamar trotamundos por muchas razones: porque va de blanco y con una moto de 12.000 euros y no va por otra cosa. O porque go como un avión y va con harapos y las piernas sin depilar”, declara Alix. El tapón, siguiendo esta escala de valores, es menos que una botella patadas y tiene aspecto desalinizado.

El hábito no hace al monje, ma entre pedalear con una bici eléctrica y llevar a cabo bermudas bien acolchado (algo más de 200 euros) o montar a caballo y colocar las posaderas sobre una badana de cuero, hay un enorme abanico en la escala de la suficiencia. En mi época, dicho sea de paso, no se decía ‘sufrir’ hasta ‘pasar miseria’.

Transpyr se ha abierto camino ahora desde una de las localidades deseadas del País Vasco francés: San Juan de Luz, donde Jean de Rivière, técnico del Departamento de turismo de los Pirineos Atlánticos, se muestra entusiasmado con la presencia de Transpyr: “Es un evento que entronca a la perfección con el momento de profundo cambio que vivimos en el referente del turismo. Hasta ahora nuestras playas eran la principal queja, pero ahora hemos visto que tenemos que diversificarnos para mantener el turismo que realmente nos interesa y no pagar, por ejemplo, ser como Venecia. Ahora miramos hacia el interior, hacia las montañas, hacia el escenario donde vivieron y aún viven nuestros pastores”, argumenta. Desde las playas de san Juan de Luz y alrededores, solo se ven montañas encantadoras, verdes, redondeadas, un escenario que el turismo local (ambos lados de la frontera) no ha sabido explotar. Hay vida más allá de las ciudades faro, los pintxos y el cántabro, reivindican ahora a los técnicos de turismo asustados ante la idea de convertir su pequeño paraíso en un infierno de consumismo sin sentido.

La Transpyr son sei etapas de montaña, cerca de 800 kilómetros, dando tumbos arriba y abajo, 19.000 metros positivos de descenso y muchas horas para rodar en compañía o en la mejor de las soledades. No es una carrera, aunque para los amantes de las clasificaciones existe entre los ciclistas cronometrados. La mayoría de los participantes con los que se ha cruzado circulan más inquietudes por saber quién jugará las carreras y, todos, despiertan el correo de esta primera etapa que concluyó en Saint Jean Pied de Port: sería preciso ser poeta pues sin duda describen tanta serenidad y belleza. Aquí uno puede pasar un día medio perdido entre los valles retorcidos y las colinas amontonadas y acabar el día cenando en el casco antiguo, junto a la ciudadela, de un enclave de cuento a los pies de Roncesvalles.

La organización de la Transpyr te hace sentir como un corredor del Tour: te llevan con baterías de repuesto a los puntos de equipamiento, te recogen y te dejan en los hoteles, tienen masajistas, mecánicos, servicio de limpieza de bicis, furgonetas para el transfers, servicios que enfocan tanto a quienes se desplazan en bicicleta de montaña como a quienes lo hacen por carretera han superado los 250 abonados. “El perfil de nuestros participantes es una persona de entre 35 y 50 años, ciclista, con experiencia en otras pruebas similares, con profesiones liberales y un nivel económico y sociocultural medio o alto. Tenemos desde directores generales o altos cargos hasta profesores… El 40 % son extranjeros de todo el planeta y el resto principalmente catalanes, vascos, madrileños, valencianos…”, explica Oriol Sallent. Mi primer compañero de habitación (como en el Tour) es chileno y repite experiencia. Asegura no conocer ninguna otra prueba más bella y mejor organizada. ¿Sobre la motivación? Aplica a la bicicleta lo que aplicas a tu trabajo: márcate un objetivo y márcalo, sin llegar el primero, pero siempre llegando. ¿Me motiva? Una mañana de invierno, mientras deambulábamos por las calles de Gipuzkoa haciendo carrera juvenil, navegamos con un grupo de globeros que parecían estar al límite de nuestras posibilidades. Mi entrenador los miró pasar y concluyó: “ahí van los frustrados”. Nadie dijo nada, ma jamás olvidó su aprecio. Así como mi motivación será explotada sin fijarme en lo que tiene el resto, como un legendario ciclista aficionado que escapando con varios minutos subiendo el Tourmalet en una de las pruebas más prestigiosas del calendario, se detiene en una curva para admirar el paisaje. Cuando su director, histérico, abroncó le desde el coche exigiendo razones, les contestaba: “Tengo que ver bien todo esto, por si no regreso nunca”.

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